martes, 12 de agosto de 2008

Casando luciérnagas

No es común, más tampoco extraño que escoja quedarme sentada afuera, en el patio, una noche nublada sin estrellas con una luna casi imperceptible y con el corazón lleno de decepciones y furias.

Sentarme y observar profundamente la nada como si pretendiese encontrarle forma y color, en busca de alivio para mis humildes preguntas.

¿Acaso perdí otra vez la luz que hace innecesarios los encuentros contigo, oscuridad?

Pudiese haber susurrado mil veces y jamás escuchar su respuesta, tampoco es que la necesitase, era obvio que olvidé como encontrarle [de nuevo], esa razón por la cual siempre me siento bien.

Es que estaba abatida, por las cosas que soy capaz de hacerme…

Impresionada como soy capaz de ignorarme, desconfiar y burlarme de mí como jamás lo han hecho, únicamente en reflejo de algún miedo absurdo.

Estaba ahí sentada porque no sabía cómo dejar de creerme.

Al levantarme y entrar nuevamente, en realidad no creo que haya descubierto como volver a creerme, después de todo me he mentido demasiado. Solo aprendo un poco más sobre cómo seguir, para solo avanzar.

Avanzar, avanzar, no hay nada más que se pueda hacer…

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